Nada es tan bello como mi pueblo,
Con sus montañas pobladas de robles, olivos y cerezos,
Con sus callejuelas estrechas,
Con sus lagares y huertos,
Con sus campos en primavera llenos de flores,
Y Con su escarcha blanca en invierno.
Nada es tan bello como mi pueblo,
Con su cruz bendita, con su ermita del puerto,
Con su iglesia cristiana y su campanario viejo,
Con su fuente de la Rosa y su santo cordero.
Nada es tan bello como mi pueblo,
Con su plaza grande, sus portales y su ayuntamiento,
Con su plaza chica llamada los barreros,
Con sus fuentes y arroyos,
Con casa de los cartuchos,
Y con sus casas de adobe, paja y barro.
Nada es tan bello como mi pueblo,
Con su olor a lavanda, hierbabuena, tomillo y eucalipto,
Con su puente, sus chopos y su río,
Con sus gentes campechanas, y todo su colorido,
Los miles de colores en primavera,
los amarillos en verano, los ocres en otoño,
Los blancos puros en invierno.
Nada es tan bello como mi pueblo,
Con su historia, judía, árabe y cristiana,
Con sus Heras chicas, sus pinares y su piedra tallada,
Donde las mozas lavaban la ropa,
Para llevarla limpia a casa,
Con don Romualdo Martín y su Curandero,
Con su luz, su alegría y toda su magia.
Nada es tan bello como mi pueblo,
Una villa al norte de Cáceres,
Llamada Casar de Palomero,
Parte de la mancomunidad de las Hurdes,
Descanso del peregrino que camina sin prisas,
Parada obligada del poeta y futuro para el emigrante,
Cobijo para el corazón, y eternidad para el alma.
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